
Con un guiño a la
ciencia ficción de escritores como george orwell y ray bradbury, la serie black
mirror retrata la vida en un futuro cercano y con abejas robóticas creadas por
startups globales que marcarán la vida humana. ¿Estamos tan lejos?
Este fue el año en el que la tecnología se
apropió de la televisión para siempre. Excepto que, en vez de mostrar las
potencialidades de la técnica y el método científico en una luz positiva, casi
todos los programas que se estrenaron sobre el tema decidieron mostrar el lado
amargo de la evolución techie: si algo puede salir mal, dada cierta cantidad de
innovación tecnológica, va a salir mal. Así, dos de las series más populares
que dio a luz el año 2016, Black Mirror y Westworld, se centraron en presentar
problemas éticos y sociales de la llamada “revolución tecnológica”.
Hay, para quienes las vean,
dilemas típicos—como el de la inteligencia artificial, que hace
temer al mismo Elon Musk, por considerar que puede acabar con los humanos—
pero también otros, como el de la alineación social, el narcisismo de las redes
sociales, la glorificación del gaming en su consigna más violenta, el bullying
virtual, la pornografía infantil o la posibilidad de crear vida después de la
muerte. En casi todos los casos, el problema no es la tecnología sino los
humanos que la crean y, si bien las dos series llevan su trama lejos del
presente, es posible percibir que tienen los dos pies plantados en
problemáticas actuales.
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Quizás por eso hayan sido tan
populares. En sus primeras dos temporadas —que fueron emitidas por Channel 4,
en Inglaterra— Black Mirror supo atrapar a 1,6 millón de personas por episodio,
un récord para la televisión inglesa. Cuando Netflix decidió prolongar la vida
útil de la serie —algo que hace de manera constante, como con Arrested
Development o Gilmore Girls—, basó su decisión en la gran “fanbase” que había
adquirido online y que reclamaba más episodios de su creador, Charly Brooker.
En el caso de Westworld, se convirtió en la serie más vista en la historia de
HBO, un honor que hasta ese momento se reservaba “Game of Thrones”: el capítulo
final, que duró casi 90 minutos, consiguió 2,2 millones de espectadores, otro
récord.
Las audiencias parecen fascinadas
por esta visión contrautópica de la sociedad actual, como supieron hacerlo, a
través de los libros, los autores de ciencia ficción por años: Ray Bradbury con
“Farenheit 451”, que retrataba una futura sociedad ignorante en donde los
libros tenían que ser contrabandeados para no ser quemados; “Un pequeño mundo
feliz”, de Aldous Huxley, en donde las drogas eran la única manera de soportar,
feliz, la monotonía de una vida pos-industrial; y el favorito de muchos,“1984”,
que presagiaba la necesidad de que los Estados hagan una vigilancia extrema.
Black Mirror—cuya propuesta se basa en una serie de unitarios centrados
fuertemente en los peligros de una sociedad tecnológica— es, quizás, la que más
analogías con el mundo real presenta. Y, es bueno saber, esa innovación no está
tan lejos de casa.
Abejas robóticas (y
asesinas)
El problema del colapso de las
colonias de abejas no es nuevo. De hecho, desde hace más de diez años que se
viene registrando un descenso sostenido en la cantidad de abejas en el mundo,
con algunos sitios reportando hasta un 50 por ciento de muertes en sus
colonias, como es el caso de Irlanda del Norte. El problema no es menor: sin
abejas para polinizar las flores, toda la agricultura está en peligro. En Black
Mirror atacan este problema: una startup crea abejas robóticas que, mediante
sensores, logran reemplazar el trabajo de los insectos obreros con eficacia. En
el capítulo nos enteramos rápidamente que no es lo único que hacen: tienen,
también, cámaras, que son usadas para espiar a la población por el gobierno que
contrata el servicio. Cuando empiezan a aparecer personas muertas gracias a la
voracidad de estas abejas robóticas, saben que alguien “secuestró” el programa
y que las está usando como un arma mortal. ¿Parece algo lejano a nuestra
realidad? No tanto. En noviembre, científicos de la Universidad Politécnica de
Varsovia crearon la primera abeja robótica diseñada para polinizar
artificialmente. No se parece a la de Black Mirror, que era casi idéntica a las
de verdad. Se trata de un minidron capaz de encontrar una flor, recoger su
polen y transferirlo a otra flor para fertilizarla. Es, en palabras de su
creador, Rafal Dalewski, “una esperanza alternativa” en el caso de que el
colapso de colmenas siga su curso. No pretende sustituir su trabajo sino
complementarlo. Las pruebas de campo están en marcha y ya se logró la primera
polinización en un campo abierto. Tiene, por encima de las abejas, una ventaja:
el biodron es inteligente y se puede programar para que se concentre en una
determinada área y busque flores de un tipo concreto, a través de un programa
informático. ¿Cuándo llegaría al mercado? Estiman que en dos años.
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Lentes de contacto
especiales
La vigilancia es un tema
recurrente en Black Mirror y, en varios capítulos, hay menciones a lentes de
contacto que permiten grabar la vida de las personas y, después, pasarla, como
un video, por encima de sus retinas. Así, cualquier recuerdo se podría revivir
como si estuviese grabado en un disco rígido. Los paralelismos con Google Glass
son notorios, aunque Google haya abandonado el proyecto por ahora. Con él
también era posible grabar utilizando comandos de voz e, incluso, sacar fotos.
Cuando los lentes fueron puestos a disposición de desarrolladores, hubo quienes
levantaron la alarma: podrían filmar a las personas sin su consentimiento,
rompiendo varias leyes respecto a la captura de imágenes. La empresa de
Mountain View dio un paso atrás pero conservando sus patentes, como también lo
hicieron Sony y Samsung con patentes en smart contact technology. Aunque un
lente de contacto implantado podría tener serios problemas logísticos—los nano
elementos que se necesitan para hacerlo funcionar son caros, por ejemplo—,
sincronizados a un dispositivo como un smartphone podrían ser realmente útiles
en mercados verticales como el de la salud, en donde ya existen lentes de
contacto que miden la glucosa en sangre, vital para los pacientes diabéticos.
Un Snapchat peligroso
Una de las redes sociales vedette
del año pasado fue Snapchat, la App que permite reconocer rostros y aplicar
filtros para distorsionar la imagen en tiempo real. En la serie también hablan
de esta tecnología, aunque la llevan a un extremo: mediante un implante en el
cerebro, los soldados de un grupo militar de elite perciben a sus enemigos como
monstruos a los que llaman “cucarachas”. En rigor, no pueden distinguir la
realidad de la ficción hasta que uno de ellos empieza a percibir que su
implante está funcionando mal y ve a las cucarachas como las personas que
realmente son. Es que es todo parte de un plan del gobierno para deshacerse de
los ciudadanos que tienen una carga genética indeseable, como enfermedades
crónicas, y que quieren hacer desaparecer.
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La tecnología que haría posible
esta percepción diferencial de la realidad ya existe y es VR. Todavía sus usos
son de nicho, porque se necesita de un casco —y no de un implante cerebral—
para poder acceder a una realidad alternativa. Pero ya existe software de reconocimiento
de caras —como los que, en una foto de Facebook, permiten taggear a un amigo de
manera automática— o los propios filtros de Snapchat para poder cambiar la cara
de un interlocutor a través de una interfase específica. Cuando VR logre una
inmersión total, será difícil distinguirla de la realidad verdadera.
Vida después de la muerte
Hay dos capítulos que se meten de
lleno en este tema en la serie. En el primero, de la segunda temporada, una
joven viuda decide bajar una aplicación que permite crear un avatar de su ser
amado utilizando películas, audios, chats y perfiles online de la persona
fallecida. Así, ante una pregunta, ella podría hablar con su esposo como si no
estuviese muerto, consiguiendo una especie de inmortalidad. En el segundo, ya en
la nueva reedición de Netflix, dos ancianas enfermas se divierten en un mundo
virtual llamado “San Junipero”, en el que pueden elegir vivir después de morir
en el mundo real.
Aunque crear un mundo virtual en
donde las personas puedan interactuar conscientemente después de su muerte es,
teóricamente, mucho más difícil, la tecnología para crear un avatar y así poder
consolar a quienes dejamos atrás, ya existe. De hecho, hay todo un movimiento
detrás que pregona esta forma de inmortalidad y se llama transhumanismo. Son de
la idea de que lo que uno extraña de las personas es poder hablar con ellas, no
necesariamente su presencia física. Aunque lejos del realismo de Black Mirror,
las réplicas virtuales que permiten chatear con un ser amado que partió son
posibles “bajando” el cerebro de una persona a un disco rígido que permita
procesar sus experiencias vitales.
Si a eso le sumamos inteligencia
artificial —la capacidad de las máquinas para aprender de las interacciones con
otros humanos—, la posibilidad de recrear la mente de una persona en un
humanoide podría estar a solo unas décadas de distancia. Es lo que hizo Martine
Rothblatt, CEO de United Therapeutics, cuando diseño BINA48, una réplica
robótica de su esposa, Bina Aspen. Usaron miles de horas de conversaciones para
crearlo y “aprende” de interacciones con humanos.
Todos estos ejemplos —que nos
alejan de la muerte o nos acercan peligrosamente a una civilización
tecnológicamente avanzada pero más salvaje— ponen al espectador en una posición
incómoda: la tecnología no es neutral y, con cada paso hacia el futuro, también
estamos decidiendo sobre nuestra propia idea de la moralidad.
Fuente: http://www.infotechnology.com/culturageek/Black-Mirror-los-horrores-que-ya-vivimos-y-no-te-diste-cuenta-20170131-0002.html