Un año más, las movilizaciones del Día de la Mujer contribuyen a visibilizar la labor de los cuidados, un trabajo muy exigente, poco reconocido y altamente feminizado.
Mariluz Blanco abre sus ojos cuando el sol aún
no ha iniciado su ascenso. Lo primero que hace es llevar a sus nietos al
colegio, de vuelta en casa la espera su marido, Pepe, a quien diagnosticaron esclerosis
lateral amiotrófica (ELA) hace ya 7 años y que padece, además, diabetes.
Mariluz habla de él con el cariño de quienes han compartido la vida durante 40
años y con la cercanía de quien dedica la totalidad de su tiempo a cuidar de
él.
Para poder hacer esto último, Mariluz tuvo que
dejar su empleo. “Leyendo vi que el diagnóstico de la ELA es una supervivencia
de 2 a 5 años, con lo que, cuando habían pasado 6 meses, me planteé qué hacía
yo en el trabajo mientras él estaba solo en casa”. En este sentido se considera
afortunada, dice que a ella le pilló mayor, con hijas independientes y habiendo
cumplido ya sus expectativas laborales. “Decidí que quería estar con él y
entonces dejé mi trabajo”. Pero afirma que hay otras compañeras con
circunstancias diferentes que han tenido que aparcar su vida familiar o sus
posibilidades de crecer profesionalmente.
El 85% de las cuidadoras son mujeres e
invisibilizadas
Como Mariluz, muchas personas se han visto
obligadas a abandonar un empleo remunerado para hacerse cargo de un familiar
dependiente, aunque la mayoría de ellas han sido mujeres. Según datos del
Ministerio de Trabajo, Migraciones y Seguridad Social, en 2017 el 83,66% de las
excedencias por cuidados de familiares fueron concedidas a mujeres. En el 2018,
el 27,7% de las mujeres entre 35 y 44 años dejaron su ocupación para cuidar a
personas dependientes y el 33,1% de las que estaban en situación de paro
abandonaron la búsqueda de empleo por esa misma razón.
Los cuidados son una parte esencial de la
vida, pero las sociedades relegan la mayoría de este trabajo a mujeres que no
cobran por ello y que, por lo tanto, no cuentan con garantías laborales.
Mientras España le niega reconocimiento, apoyo
y un salario digno a miles de cuidadoras, el país se sitúa en la tercera
posición en el ranking mundial de consumo de prostitución, solo por detrás de
Costa Rica y Tailandia, gastando en explotación sexual 5 millones de euros al
día. Una paradoja que, en ambos casos, pone en el punto de mira a las mujeres,
tanto a las que se ven obligadas a vender sus cuerpos como a aquellas que no
tienen más remedio que cuidar de forma gratuita.
La Encuesta de Población Activa realizada por
el Instituto Nacional de Estadística (INE) en 2018 reveló que la principal
razón por la que las mujeres abandonan su trabajo para dedicarse a cuidar a sus
familiares es la imposibilidad de costear los servicios adecuados. Actualmente
en España hay 2,3 millones de personas dependientes que requieren ayuda de un
cuidador, pero la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (SEGG) calcula
que el 80% de los cuidados los llevan a cabo personas no profesionales, siendo
un 85% de ellas mujeres cuidadoras.
El 27,7% de las mujeres entre 35 y 44 años
dejaron su trabajo para cuidar a personas dependientes
Mariluz y Pepe cuentan con una persona que les
acompaña 4 horas durante la mañana, aunque esta ayuda resulta insuficiente para
quien necesita atención las 24 horas del día. “Un enfermo de ELA muchas veces
necesita una persona que guarde su sueño por la noche, porque la máquina puede
fallar”.
Una enfermedad como la de Pepe conlleva unos
gastos anuales de entre 35.000 y 40.000 euros y una necesidad creciente de
atención y cuidados, derivada de la rápida pérdida de las capacidades motoras.
“En el caso de las personas mayores dependientes, tú puedes fomentarles la
autonomía, pero yo no le puedo decir a mi marido que se sirva el agua porque no
puede y le haría sentirse todavía peor”.
Además, los enfermos de ELA no tienen derecho
a residencia, por lo que tampoco cuentan con la compensación monetaria
correspondiente. “Con ese dinero nosotros podríamos contratar a una persona
válida si tuviéramos esa posibilidad, pero no la tenemos”. Una circunstancia
que redunda en perjuicio del cuidador.
Cuando eres el cuidador principal, para sacar
tiempo tienes que hacerlo con dinero o a costa de alguien”.
Los datos del INE también reflejan que las
mujeres dedican más del doble de horas que los hombres al hogar y la familia,
4,07 frente a 1,54 horas. Una realidad que no es casual. La asociación femenina
con los roles del cuidado se remonta más allá de la época en la que a las
mujeres casadas no se les permitía trabajar o en la que las tareas domésticas
se catalogaban como “sus labores” en el documento nacional de identidad.
Que sean las mujeres las que se encargan
mayoritariamente de los cuidados cuando no se pueden costear servicios
profesionales refleja una deficiencia estructural que las empuja a asumir de
forma prioritaria cuestiones vitales para la sociedad que deberían ser
responsabilidad de todos.
María Ángeles Durán, investigadora del CSIC y
autora del libro La riqueza invisible del cuidado (Universitat de València), ha
acuñado el término cuidatoriado para referirse al grupo social cuya función económica
y social principal es cuidar. “En España está compuesto en su mayoría por
mujeres que cuidan sin cobrar por ello, que lo hacen por razones sobre todo
familiares y de afecto”. Aunque también existe un porcentaje de cuidado
remunerado. “En este otro caso, la mayoría son también mujeres, muchas de ellas
migrantes, y se sitúan en el nivel más bajo de la pirámide ocupacional por
salarios y por condiciones laborales”.
Desde determinados sectores de la sociedad
civil, y especialmente desde el movimiento feminista, se han llevado a cabo
grandes esfuerzos para situar los cuidados en el debate público. Con motivo de
la celebración del Día de la Mujer este 8 de marzo, la comisión organizadora de
la “Revuelta Feminista” ha publicado su manifiesto anual, en el cual
reivindica, como ha venido haciendo en ocasiones anteriores, “que se visibilice
y reconozca el valor y dignidad del trabajo doméstico y de cuidados que
realizamos las mujeres, y los derechos de quienes los realizamos”.
“Para que el cuidatoriado se considere una
clase social es un requisito importante que entre los miembros del grupo haya
conciencia de su situación”, cuenta Durán a Hipertextual. “Hasta ahora se ha
asumido el cuidado como un deber moral natural de las mujeres”, pero “el 8M
está cambiando esa conciencia”. Las movilizaciones recientes han conseguido
colocar los cuidados en la agenda pública, pero el feminismo lleva siglos
luchando por liberar a la mujer de las imposiciones patriarcales que la han
relegado a la esfera de lo doméstico.
Las reivindicaciones del movimiento feminista
han puesto los cuidados en el debate público
Durán habla de dos grandes grupos de personas
que hacen uso de los cuidados. En un lado “están las personas que más lo
necesitan, niños, enfermos y personas muy mayores, la mayoría de los cuales no
pueden pagarlo”. En el otro se encuentran “los que están completamente sanos,
pero hacen división del cuidado dentro de la familia”. Este grupo, del que
apenas se habla, se compone sobre todo de varones, aunque también cada vez más
de personas jóvenes en general. Esto da lugar a “divisiones del trabajo que
recaen excesivamente en las mujeres de edad intermedia o incluso de edad
avanzada”.
En el segundo caso, la solución pasa por la
redistribución de las tareas. Para Durán “no tiene más solución que la
redistribución, ponerle un límite”. Cuando hablamos del primer grupo, la cosa
resulta ser bastante más complicada. “Los grandes colectivos demandantes de
cuidados no los pueden costear por sí mismos, tendrían que cuidar a través de
otros”.
El reto de la dependencia
Sociedades cada vez más envejecidas van a
requerir un número cada vez mayor de cuidadores. Proyecciones del informe
Envejecimiento en red del CSIC señalan que, a partir del año 2050, el volumen
de población dependiente en Europa superará al de los efectivos que proveen
apoyo. Pero la creciente precarización laboral dificulta la capacidad de las
familias para costear profesionales debidamente cualificados para esta tarea.
Una situación que fuerza a los propios familiares, en su mayoría mujeres, a
afrontar la sobrecarga física y mental del trabajo de los cuidados sin contar
con los conocimientos adecuados para atender las necesidades de las personas
dependientes.
“Integrar los cuidados en la economía es una
operación muy complicada”
La Comisión 8M de Madrid reclama en su
manifiesto “que se asuma la corresponsabilidad por parte de todos los hombres,
de la sociedad y del Estado”. Una visión que comparte Mariluz Blanco, quien
sostiene que el gobierno podría hacer más en este sentido y que, en muchos
casos, son los propios enfermos los olvidados. “En el caso concreto de la ELA,
se pasan la pelota de sanidad a lo social, a la dependencia, y resulta que
nosotros necesitamos más a la sanidad”. Para ella, el cuidador cubre las insuficiencias
del Estado del Bienestar a costa de su propia salud. “Los recursos que ponga el
gobierno para cuidar al enfermo van a ser siempre en beneficio del cuidador”.
María Ángeles Durán, siguiendo la metodología
del INE, calcula que el trabajo del cuidado no remunerado en los hogares
españoles equivale a 28 millones de empleos a tiempo completo, una cifra nada
desdeñable. “El problema principal es que el número de horas que se dedican a
cuidar, según la encuesta de uso del tiempo del INE de 2010, es un 30% más alto
que todo el mercado del trabajo, incluido el mercado negro”.
La incorporación de este trabajo al proceso
productivo supondría un crecimiento enorme para el mercado de trabajo, aunque
el dinero para costear el trabajo de los cuidados tendría que salir de otro
sitio. Durán sostiene que “económicamente es una operación muy complicada por
el enorme volúmen”. Para ella “una parte de este trabajo se puede convertir en
monetarizado, pero sobre todo hay que recurrir a una redistribución interna,
dentro de los hogares, y además potenciar el voluntariado”.
Más allá de las cuidadoras: la precariedad
tiene rostro de mujer
Pero las contradicciones de un sistema que
vuelca sobre las espaldas de las mujeres el trabajo de los cuidados mientras
elude la responsabilidad institucional que le corresponde no acaban ahí.
Mientras 28 millones de empleos a tiempo completo permanecen sin reconocimiento
ni remuneración, en España se gastan 5 millones de euros diarios en
prostitución.
Según datos del Ministerio de Sanidad, en
España, que encabeza la lista de países consumidores de prostitución de Europa
y ocupa el tercer lugar a escala mundial, hay 100.000 mujeres en situación de
prostitución. Los datos de Cáritas revelan que el 80% de ellas son extranjeras
de menos de 35 años que cuentan con menores a su cargo, dentro o fuera del
país. Y, según esta misma organización, el 70% de ellas ha sufrido episodios de
violencia.
El Instituto Europeo de Igualdad de Género
asegura que el 95% de las víctimas de tráfico con fines de explotación sexual
en Europa son mujeres y niñas, según sus datos de 2019. En España, se calcula
que un tercio de las mujeres prostituidas son víctimas de la trata, aunque la
cifra exacta es difícil de determinar debido a la opacidad que existe en torno
estas redes.
Pese a los escalofriantes datos, la cuestión
de la legalización de la prostitución ha llegado al debate público alegando,
entre otras consideraciones, que su completa despenalización contribuiría
positivamente a la economía e instando a que se reconozca como una profesión
más.
La opacidad del mercado prostitucional
complica el cálculo real de la aportación de su legalización a la economía.
Según estimaciones del INE, la prostitución representa un 0,35% del PIB, lo que
asciende a unos 4.100 millones de euros. En el caso de los cuidados, su
aportación al PIB supondría duplicar el mercado de trabajo en su totalidad y
añadirle, además, un 30% adicional. Sin embargo, no se habla de incorporar este
trabajo a la actividad económica porque a la sociedad le sale rentable que las
mujeres lo sigan haciendo de forma gratuita.
La sociedad le da la espalda a las mujeres
La idea colectiva de que las mujeres son
cuerpos al servicio de los demás continúa imperando alrededor del mundo. Las
mismas sociedades que se llenan la boca presumiendo de sus valores democráticos
son las que se plantean institucionalizar la explotación de las mujeres
mientras miran para otro lado cuando se les advierte sobre la urgencia de los
cuidados.
La sociedad y las instituciones le han dado la
espalda a las mujeres, pero, paradójicamente, la supervivencia del sistema
depende de ellas. Mariluz lo tiene claro, como cuidadora tú “haces lo que
buenamente puedas y ya está”. Los familiares que soportan la carga de los
cuidados muchas veces no tienen la formación sanitaria que requieren las
personas que dependen de ellos, lo que dificulta aún más su trabajo.
Ella fue capaz de salvar la vida de su marido
gracias a la maniobra de Heimlich que le enseñaron a practicar en la asociación
a la que pertenece. “Nosotros tenemos el apoyo de la asociación, que de vez en
cuando hace cursos para el cuidador, pero no son suficientes”.
El trabajo de cuidado conlleva, además, una
gran responsabilidad por parte de quienes lo llevan a cabo. Supone un alto
grado de implicación y exigencia física y obliga a afrontar situaciones
psicológicamente difíciles, que en muchas ocasiones dan lugar a cuadros
depresivos y trastornos de ansiedad. “Son muchas horas, un día tras otro, y va
a costa de tu salud, de tu independencia”.
“El cuidador también tiene que vivir”.
El nuevo reto de las sociedades modernas pasa
por entender esta situación y saber hacer frente a una realidad apremiante que
asfixia las vidas de millones de mujeres, en su mayoría pobres y migrantes.
“Naciones Unidas nos ha dicho que tenemos que cambiar el marco de análisis
macroeconómico porque, o incluimos el trabajo no remunerado, o es muy difícil
que hagamos bien ninguna política, ni de pensiones, ni de empleo”.
Como afirma el manifiesto de la Comisión 8M,
“el trabajo de cuidados debe ser reconocido como un bien social de primer
orden”.
Fuente: https://hipertextual.com/