El pasado 24 de agosto, el director general del
Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), el argentino Rafael Grossi,
realizaba su primera visita a Teherán, República Islámica de Irán, para tratar
con autoridades iraníes cuestiones relativas a la implementación de
salvaguardias en dicho país. El “Plan de Acción Integral Conjunto” (JCPOA, por
sus siglas inglés), conocido como el “plan nuclear iraní” es uno de tema de los
temas más álgidos de la agenda internacional por sus importantes implicancias no
sólo para la estabilidad de la región de Medio Oriente, sino también para la paz
y seguridad internacionales.
La prensa internacional, por otro lado, se hace eco de
un informe reciente del OIEA sobre la República Democrática Popular de Corea
(RPDC). En el mismo se señala que habría indicios compatibles con la producción
de uranio enriquecido en una instalación nuclear en Yongbyon. Desde el año
2006, las actividades nucleares de la RPDC han motivado, por parte del Consejo
de Seguridad (ONU), la adopción de numerosas resoluciones que condenan su
programa nuclear militar e instan al país a retornar al Tratado de No Proliferación
de Armas Nucleares (TNP) y a las salvaguardias del OIEA.
Ahora bien, ¿por qué se controla la utilización de la
energía nuclear? Como podrá intuirse, la tecnología nuclear forma parte de lo
que se conoce como tecnologías de uso dual; es decir, aquellas que pueden ser
utilizadas para la industria civil (reactores de investigación científica o de
potencia para generación de energía nucleoeléctrica; radioisótopos para uso en
medicina nuclear; e innumerables aplicaciones enfocadas al agua, alimentación,
agricultura, etc.); o bien con fines militares, como la producción de armas
nucleares o dispositivos nucleares explosivos. Esta característica peculiar de
su utilización trajo aparejada a nivel internacional, desde la década del 70’
aproximadamente, la conformación de un “régimen de no proliferación nuclear”,
compuesto por tratados, mecanismos formales e informales, instituciones,
regímenes de control, salvaguardias, destinados a prevenir y evitar que la
energía nuclear sea utilizada con fines bélicos (la producción de armas
nucleares).
Los casos de Irán y la RPDC no hacen más que dar cuenta
del contexto internacional complejo y fluctuante en el que estamos inmersos;
donde además prevalece la rivalidad entre las potencias, cuyas doctrinas
nucleares, en lugar de un desarme progresivo, propician la modernización de sus
arsenales. Adicionalmente, la extinción de los principales tratados bilaterales
sobre no proliferación y desarme nuclear, entre Estados Unidos y Rusia, otrora
pilares del régimen, agregan incertidumbre al panorama global. Tales son los
casos de los tratados INF (Intermediate Nuclear Range Forces Treaty),
actualmente extinto; y el New START (Tratado de Reducción de Armas Estratégicas), con destino incierto.
Por otro lado, la legitimidad del sistema multilateral
para hacer frente a los desafíos y necesidades de la comunidad internacional y
a una agenda internacional multifacética y vertiginosa ha sido puesto en tela
de juicio. La pandemia del COVID-19 no ha hecho otra cosa que poner más al descubierto
las debilidades de un sistema multilateral que venía siendo menoscabado. La
capacidad de la OMS, como organismo y foro para consensuar las políticas
sanitarias en contra de la pandemia, ha sido cuestionada por muchos países; y
ha obligado, por su parte, a un confinamiento, con distintos matices, en todas
partes del mundo. Se podrían extrapolar similares conclusiones respecto de
otros organismos internacionales, cuya legitimidad es atacada desde sus
cimientos, ya sea por el recurso a acciones unilaterales por parte de los
actores centrales de la política internacional; o bien por la falta de
credibilidad en el sistema para dar respuestas eficaces a las demandas
actuales.
En lo relativo a la seguridad internacional, un caso
paradigmático es el del Consejo de Seguridad (ONU) y su función central como
depositario y garante del sistema internacional de seguridad colectiva. La
falta de consenso por parte de los miembros permanentes del órgano ha motivado
que diversas situaciones que implican una amenaza a la paz, quebrantamiento de
la paz o acto de agresión (art. 39, Carta de Naciones Unidas) se resuelven por
fuera de los mecanismos establecidos (ej.: los conflictos de Siria, Irak, entre
otros casos).
En esta agenda global, asimismo, a las tradicionales
amenazas a la paz y seguridad internacionales, de carácter militar y con el
Estado-Nación como centro, se suman aquellas derivadas del terrorismo
internacional, el crimen transnacional, el daño al medio ambiente, los
desastres naturales, el ciberterrorismo y las violaciones sistemáticas a los
derechos humanos, entre otros temas, que irrumpen en la quehacer
internacional.
En este contexto internacional complejo y con un
sistema multilateral debilitado, huelga decir la importancia que reviste la
diplomacia en su función para articular posiciones y construir puentes en este
delicado equilibrio en aras a la paz y seguridad internacionales. Asimismo,
resulta imperativa la necesidad de continuar articulando posiciones y buscando
consensos que fortalezcan el sistema multilateral, que debe ser el vector para
canalizar las iniciativas de la comunidad internacional y buscar los acuerdos
necesarios sobre la base de las relaciones de amistad, la cooperación y la
observancia del derecho internacional.
En este punto, quisiera detenerme un momento en la
diplomacia argentina y su contribución a las cuestiones vinculadas a la
seguridad internacional. Me referiré a dos cuestiones; una propia del contexto
regional; y otra de la coyuntura actual, y que tiene que ver con posiciones de
relevancia que ocupan diplomáticos argentinos en organismos y foros
internacionales.
La diplomacia
argentina a nivel regional en cuestiones de seguridad
A nivel regional, resulta importante destacar la
contribución de la Agencia Brasileño-Argentina de Contabilidad y Control de
Materiales Nucleares (ABACC) como un mecanismo de construcción de confianza
entre ambos países y para hacer de nuestra región una zona de paz y libre de
armas nucleares, tal como lo establecen los tratados en vigor. Cabe tener
presente que por sus desarrollos avanzados en el área nuclear, por algunas
desavenencias históricas (la falta de resolución de la cuestión de los recursos
hídricos) y de las dictaduras militares, ambos países veían con cierto recelo
los desarrollos nucleares de su vecino al que consideran como un rival por la
preeminencia regional.
Esta visión se fue modificando con el tiempo, producto
de la resolución de la cuestión de Itaipú y de algunas iniciativas bilaterales,
cobrando un fuerte impulso con la vuelta de la democracia a partir del
acercamiento a nivel de presidentes durante la década del 80´. Ello trajo como
corolario que ambos países avanzaran hacia una asociación estratégica en el
área nuclear, que se consolidara con la firma del acuerdo bilateral sobre usos
pacíficos de la energía nuclear y la consecuente creación de la ABACC. Estas
decisiones a nivel político, sustentadas en un importante trabajo de la
diplomacia de ambos países, allanaron el camino para la posterior conformación
del MERCOSUR y de otras iniciativas regionales basadas en la cooperación
política y económica. Hoy en día, la ABACC es un ejemplo a nivel internacional
en materia de cooperación y no proliferación nuclear, y su contribución a la
seguridad regional e internacional ha sido notable.
Asimismo, fruto
del trabajo de la diplomacia fue la desactivación de una serie de hipótesis de
conflictos que existían en la región, y la creación de mecanismos institucionales de diálogo
permanentes y construcción de confianza para fortalecer la cooperación
bilateral en el área de defensa, tales como la creación del Comité Permanente
de Seguridad (COMPERSEG), entre Argentina y Chile; o bien, el Comité Permanente
de Coordinación en temas de Seguridad y Defensa (COPERSE), entre Argentina y
Perú.
Por otro lado, existen tres cuestiones que merecen ser
destacadas, entre otras por supuesto; y que tienen que ver con funciones
desempeñadas por diplomáticos argentinos vinculadas a la seguridad
internacional. En primer lugar, la titularidad del OIEA, en la persona de
Rafael Grossi, quien tiene a su cargo la implementación de las salvaguardias
nucleares; que pueden ser definidas, preliminarmente, como el sistema de
verificación que dispone la comunidad internacional para constatar que los
países utilizan la energía nuclear con fines pacíficos, en el marco de los
compromisos asumidos. En el ámbito del OIEA, se tratan las cuestiones referidas
al programa nuclear iraní y de la RPDC. Las salvaguardias consisten no sólo en
inspecciones a cargo del organismo; sino también en la puesta en funcionamiento
de un sistemas de monitoreo y vigilancia (satelital y por circuito cerrado), y
en la elaboración previa y en forma conjunta entre el OIEA y los países de un
“inventario” de material nuclear (“Sistema Nacional de Control y Contabilidad
de Materiales Nucleares”) para realizar las verificaciones respectivas.
En segundo lugar, la reciente presidencia argentina de
la Conferencia del Tratado sobre el Comercio de Armas (ATT, por sus siglas en
inglés), en la persona del representante permanente en Ginebra, Federico
Villegas. El objetivo del ATT es establecer normas internacionales comunes lo
más estrictas posible para regular o mejorar la regulación del comercio
internacional de armas convencionales; y prevenir y eliminar el tráfico ilícito
de armas convencionales, como su desvío. Durante la presidencia argentina se
dispuso la creación del “Foro de Intercambio de Información sobre Desvío”, como
legado del ATT a la comunidad internacional, y se llevó a cabo en un contexto
sin precedentes propios de la pandemia actual.
Finalmente, la presidencia argentina, a cargo del
diplomático Gustavo Zlauvinen, para el año 2021, de la próxima Conferencia de
Examen del Tratado sobre la No Proliferación de las Armas Nucleares (TNP). Los
objetivos del tratado, considerado la piedra angular del régimen de no
proliferación nuclear, son evitar la proliferación de armas nucleares y de la
tecnología relacionada con las referidas armas; promover la cooperación sobre
los usos pacíficos de la energía nuclear; e impulsar los objetivos del desarme
nuclear general y completo. Se trata del único instrumento multilateral,
jurídicamente vinculante, que establece objetivos sobre el desarme nuclear (en
su artículo VI) que incluye a los poseedores de armas nucleares.
No puede soslayarse el valor de la diplomacia
profesional, sobre todo en un mundo globalizado, con una agenda internacional
multifacética y altamente especializada. Contar con una diplomacia profesional,
como es el caso de la Argentina, a través del Instituto del Servicio Exterior
de la Nación (ISEN) le permite al país capitalizar al país las oportunidades
que un contexto internacional cambiante y complejo. Me he referido sólo a
cuestiones referidas a la seguridad internacional, desarme, no proliferación
nuclear y control de armamentos; no obstante, la labor de la Cancillería abarca
las más diversas temáticas (en la esfera política, y también de naturaleza
económica y de comercio internacional) que involucran a los intereses de la
República Argentina a nivel internacional.
Sobre el autor
Emmanuel Guerra es Abogado (UNT) y diplomático de
carrera (SEN). Doctorando en Derecho (UBA). Cursó la carrera de "Postgrado
Regional en Seguridad Internacional, Desarme y No Proliferación"
(NPSGlobal).
Nota de autor: Las opiniones vertidas son de carácter estrictamente personal y no reflejan posición de institución alguna a la cual el autor pueda estar vinculado.
Fuente: https://elpaisdigital.com.ar/contenido/la-diplomacia-argentina-y-la-seguridad-internacional-en-un-mundo-convulsionado/28359