
Lo cierto es que la actual crisis del COVID tiene una antesala tan negada como conocida. Porque esta crisis sanitaria que agravará la crisis económica de los países, se suma a otras precedentes, también de gran magnitud, como la crisis ecológica y climática, a las que el mundo sigue sin brindar respuestas.
En
este contexto, han surgido una importante cantidad de reportes que se empecinan
en mostrar mejoras en los indicadores ambientales del planeta, como producto
del parate económico que han producido las cuarentenas en los países.
Dejemos
algo en claro: no existen ventajas ambientales en una pandemia. Ninguna.
Primero, porque cualquier parámetro reposa hoy sobre la base de un elevadísimo
costo en términos de padecimiento humano, y el ambiente no puede ser entendido
sino en relación con las personas, su salud, la preservación de la vida.
Y
en segundo lugar, porque no puede concebirse el ambiente disociado de la
producción y la actividad económica sino, enmarcado en un modelo de producción
y consumo que respete los ciclos y límites ecológicos y nos brinde la posibilidad
de un bienestar para todas las personas.
Por
tanto, indicadores que surgen como resultado de la suspensión transitoria de
actividades industriales y de comercio no pueden ser considerados como datos
válidos, relevantes o permanentes.
Peligro presente e
inminente
Tenemos
que tener en cuenta que el impacto que pueda producir esta pandemia es, como lo
reconoce el secretario general de la ONU, António Guterres, significativamente
menor al que tendría una potencial crisis climática.
La
diferencia radica en que la emergencia de la COVID-19 nos coloca ante una
situación de peligro presente e inminente que obliga a actuar ahora, mientras
que la crisis climática -al igual que la mayor parte de los impactos que se
producen sobre el ambiente- resulta acumulativa, incierta como el punto de
hervor de la leche, que llega de un momento a otro y rebalsa el líquido sobre
la hornalla.
Pero
que esto no sea motivo de engaño: aunque hoy parezcan graduales, las
consecuencias eventualmente serán devastadoras.
Sin
embargo, y pese a la contundencia de lo planteado, la íntima relación entre la
crisis sanitaria, económica y climática hoy todavía no es observada. Mucho
menos abordada.
La
emergencia del COVID también nos demuestra que es posible y hasta necesario que,
ante un evento con consecuencias catastróficas a nivel sistémico, se puedan
adoptar medidas preventivas razonables para evitar males mayores, sin la
necesidad de tener que esperar a que se produzcan evidencias de los daños, los
que una vez ocurridos pueden tornarse irreversibles.
Esto
es lo que la comunidad ambiental denomina decisiones basadas en el principio
precautorio, y es lo que habitualmente los gobiernos se niegan a hacer, bajo el
argumento de que tomar medidas de control climático, sin contar con evidencia
de posibles daños, podría perjudicar a la economía en lo inmediato. Ignoran que
el cazo continúa sobre la hornalla encendida, donde el hervor es inminente.
El
mundo no será el mismo una vez superada la crisis de la COVID-19; de eso nadie
parece tener dudas.
Los
cambios que se producirán serán muchos y significativos. No obstante, la
pandemia no hará desaparecer los problemas subyacentes, sino que posiblemente,
en el caso de los ambientales y climáticos, vuelva a prorrogar las acciones
necesarias para enfrentarlos, olvidando incluso que el origen de esta crisis
también está en la relación que como sociedad tenemos con la naturaleza.
Por
ello es mucho lo que estará en juego a la salida de la pandemia, y dependerá de
las decisiones económicas que se adopten.
En
lo que hace a nuestro país, las propuestas que se conocen apuntan, como es
lógico, a captar inversiones externas que promuevan la generación de divisas
que el país necesita para expandir el empleo y afrontar sus compromisos
internacionales, relativizando una y otra vez los impactos socioambientales que
ello pueda producir.
El escenario no es nada sencillo. Queda en claro, como decía Albert Einstein que “no podremos resolver los problemas pensando de la misma manera que cuando los creamos”. Mientras tanto, la leche burbujea.
(*)
Es director ejecutivo de la Fundación Ambiente y Recursos Naturales (FARN)
(Publicado originalmente en la edición impresa de Mercado dedicada al 51 aniversario de la publicación)
Fuente: https://mercado.com.ar/para-entender/una-crisis-que-invita-a-cambiar-el-rumbo-2/